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sábado, 4 de diciembre de 2010

Disminuye el agujero de la capa de ozono en la Antártida

El agujero de la capa de ozono sobre la Antártida se ha reducido a su menor tamaño en los últimos cinco años, ha asegurado el Instituto Nacional del agua e investigación atmosférica de Nueva Zelanda. Los científicos calculan que el agujero podría sellarse en torno al año 2080.

FUENTE | El País Digital 03/12/2010

Los científicos calcularon que el tamaño del agujero es de 22 millones de kilómetros cuadrados, cuando en 2009 era de 24 millones y en 2000, el año en que se registro la mayor brecha, 29 millones. El déficit de la masa de ozono también se ha reducido a 27 millones de toneladas, comparado con las 35 millones de toneladas de 2009 y las 43 de 2000.

"Podemos decir que el agujero en la capa de ozono está mejorando de acuerdo con las observaciones de este año", dijo el científico atmosférico Stephen Wood. Wood apuntó que las iniciativas internacionales como el Protocolo de Montreal de 1987 están dando resultado.

"Hemos tenido unos cuantos años sucesivos con agujeros menos severos. Estos es una señal de que estaríamos empezando a ver una recuperación", dijo Wood.

La capa de ozono, que protege a los humanos de las radiaciones ultravioletas, disminuyó, según los científicos, por el efecto de productos como el cloroflurocarbono, utilizados en refrigeradores o aerosoles, prohibidos a partir del acuerdo de Montreal.

El agujero en la capa de ozono se forma cada año en la Antártida entre agosto y septiembre, y se cierra entre noviembre y diciembre.

Parásitos como bioindicadores de contaminación

Distintos tipos de parásitos, como los helmintos, se alojan en los peces. Muchos de ellos, por su sensibilidad al impacto de agentes contaminantes -metales pesados, hidrocarburos o contaminación orgánica-, pueden indicar alteraciones ambientales de manera más temprana y precisa que otros organismos más complejos. En Bahía Blanca, un grupo de investigadores analiza estos parásitos en peces como bioindicadores de eutrofización.
FUENTE | Infouniversidades 22/11/2010

Utilizar los parásitos de varios peces como indicadores de la presencia de contaminación es la propuesta que realizó un grupo de investigadores para incluir en un proyecto de monitoreo integral del estuario de Bahía Blanca. De esta manera, puede sumarse una nueva forma de medir el impacto que provoca un gran polo petroquímico en la zona portuaria.

Infinidad de organismos comúnmente imperceptibles, como las tenias y los piojos, existen dentro o encima de otros seres, de los que obtienen refugio y nutrientes. Los peces de este ecosistema no son la excepción, ya que tienen -generalmente en su sistema digestivo- varias clases de parásitos.

Los investigadores exploran la presencia de metales pesados en "helmintos", unos parásitos que infectan los organismos de otras especies. Se trata de invertebrados de tamaño variable, entre décimas de milímetros y varios metros, y que se sitúan en los niveles inferiores del reino animal. Uno de los helmintos más conocidos por la población es la tenia (Taenia solium), o "lombriz solitaria".

"Las especies parásitas que se encuentran en los peces permiten establecer sus patrones de migración espacial, dilucidar parentescos evolutivos, o conocer componentes de la dieta. Una aplicación novedosa del conocimiento parasitológico es elegir algunos que, por su sensibilidad al impacto de agentes contaminantes -metales pesados, hidrocarburos o contaminación orgánica- puedan indicar alteraciones ambientales de manera más temprana y precisa que otros organismos más complejos", indica a InfoUniversidades el doctor Daniel Tanzola, del Laboratorio de Patología de Organismos Acuáticos de la Universidad Nacional del Sur (UNS).

Desde hace dos décadas y junto a sus colaboradores, Tanzola realiza estudios de este tipo en peces locales, para correlacionar la presencia de parásitos con efectos de contaminación orgánica -lo que en ecología se denomina "eutrofización"- originada por la actividad humana. "En la actualidad, contamos con numerosos ejemplos del uso de parásitos como 'centinelas', gracias a su capacidad de absorber y acumular mayor cantidad y variedad de contaminantes que sus hospedadores. Si bien un pez puede acumular en sus tejidos un determinado compuesto químico, sus parásitos pueden detectarlo y absorberlo, aun cuando éste se encuentre diluido miles de veces más. De tal modo, se convierten en organismos altamente sensibles para medir contaminación y al absorber de manera competitiva determinados agentes tóxicos, protegen a su hospedador o atenúan en él la acción del impacto", agrega el científico.

En el estuario bahiense, estudian las dinámicas de las poblaciones parasitarias. Si bien se han apreciado ligeras variaciones, aún están analizando si responden a algún contaminante en particular. "Para que sean representativos, estos trabajos deben tener un ciclo continuado de al menos cinco años", asegura el investigador. No todas las variaciones pueden ser por contaminantes. También hay casos comprobados de algunas que tuvieron que ver con fenómenos macro climáticos, como "El Niño" u otras causas naturales. "Las profundas sequías que hemos tenido generan alteraciones ambientales y eso repercute en organismos muy sensibles como los parásitos", detalla.

Si bien las especies más consumidas por la población son la pescadilla y la corvina, son peces migratorios; por lo que las investigaciones las realizan con un pez residente del estuario. Se trata de la lucerna o "sapito de mar". Según explica Tanzola, fue elegida por su permanencia y porque vive semi enterrada en el fondo de la ría. "Si existen contaminantes o un estrés ambiental que se deposite en los barros, este pez y sus parásitos podrían ser buenos indicadores".

Además de éstas, otras especies estudiadas a lo largo del tiempo son el gatuzo, el mero, el pejerrey, la palometa y el congrio. También la brótola, los lenguados y las rayas. "Siempre que se persiga utilizar especies parásitas como bioindicadoras de la salubridad de cualquier ecosistema, se deberá, en primer lugar, realizar una evaluación completa del mayor número posible de especies parásitas (idealmente, todas) que existen en los peces de ese ambiente", agrega la doctora Silvia Guagliardo, integrante del mismo Laboratorio.

Los investigadores usan metodologías comparativas en sus análisis, ya que los datos obtenidos sobre la ría local son comparados con otros de Bahía San Blas, donde no existen asentamientos industriales. Las muestras se toman de peces que obtienen en sus propias campañas, como de otros donados por varias pesqueras de la zona. Una vez en el laboratorio, se toman muestras de sangre y tejidos renal y esplénico, donde se buscan marcadores inmunológicos de contaminación. Luego, los ejemplares se evisceran completamente y se investigan los parásitos en órganos como el tubo digestivo, la cavidad visceral, el hígado y las gónadas. Los parásitos son estudiados taxonómicamente mediante el empleo de criterios morfológicos y ultra estructurales. Se analizan sus efectos histopatológicos y el impacto en la condición de salud de los peces.

A menos biodiversidad, más enfermedades infecciosas

La pérdida de biodiversidad, uno de los mayores problemas ecológicos del momento, puede tener un efecto negativo con el que hasta ahora no se había contado.

FUENTE | El Mundo Digital 02/12/2010

Esa menor presencia de especies en un ecosistema parece estar asociada a una mayor extensión de enfermedades infecciosas, según una revisión de la literatura científica al respecto que acaba de publicar la revista 'Nature'.

Hay varios mecanismos por los que una mayor o menor biodiversidad pueden provocar un impacto en la propagación de microorganismos. En principio, lo único que está claro es que el efecto de la pérdida de especies altera el ecosistema en que éstas viven, de forma que la transmisión de patógenos entre ellas también se ve afectada.

En teoría, esta variación podría traducirse en un aumento o bien en una reducción de los contagios. Pero, por un motivo u otro, la desaparición de animales y plantas suele ir acompañada de una mayor incidencia de infecciones, según han revelado Felicia Kessing, del Bard College en Annadale (Nueva York) y sus colegas.

Algunos ejemplos que relatan en su informe son el virus del Nilo, una infección transmitida por mosquitos que se ha extendido desde África hasta EE.UU., o el síndrome pulmonar por hantavirus, una dolencia respiratoria que se contagia de ratones a humanos.

En ambos casos, la expansión de los patógenos ha estado vinculada a la pérdida de especies: una menor diversidad de aves, que actúan como huéspedes del parásito, ha acompañado al aumento de contagios de Virus del Nilo; mientras que el mayor riesgo de contraer un hantavirus está relacionado con la desaparición de pequeños mamíferos.

CONVERTIRSE EN HUÉSPEDES

Lo que ha ocurrido en estos y otros casos similares es que las especies desaparecidas eran menos susceptibles de convertirse en huéspedes de los agentes infecciosos. Por el contrario, las que sobreviven a la pérdida de biodiversidad parecen ser las que más eficazmente transportan y expanden enfermedades. El resultado es que aumenta la densidad de las especies portadoras, lo que incrementa, a su vez, la posibilidad de contagios.

"En varios de los casos estudiados, las especies más dadas a desaparecer de los ecosistemas por la pérdida de biodiversidad eran las más propicias a reducir la transmisión de patógenos", indican los investigadores. Para ilustrar el papel que juegan las distintas en la propagación de enfermedades, los investigadores citan otro ejemplo: en Virginia (EE.UU.), los ratones de pies blancos conviven con otras criaturas llamadas 'opossum' (un marsupial americano). A ambos ataca la garrapata de patas negras, que contagia la enfermedad de Lyme con sus mordiscos.

Este parásito, a su vez, entra en contacto con la bacteria patógena al alimentarse de su huésped. La diferencia es que los 'opossum' saben despulgarse y deshacerse de ellas, mientras que los ratones no. El resultado es que no sólo los 'opossum' portan menos garrapatas, sino que éstas tienen menos posibilidades de entrar en contacto con el parásito. Por el contrario, los ratones de pies blancos son un campo abonado para la propagación de los parásitos, los cuales acaban casi siempre infectándose con la bacteria.

Es decir, lo 'opossum' ayudan a controlar la infección, porque atraen a los parásitos pero los matan o los mantienen libres de infecciones. Los ratones, por el contrario, sólo contribuyen a su propagación. "A medida que se pierde biodiversidad, el huésped con un fuerte efecto de absorción -el 'opossum'- desaparece, mientras que el huésped con un poderoso efecto amplificador -el ratón- permanece", señalan los investigadores.

RASGOS RESISTENTES

Con las aves migratorias del Nilo ocurre lo mismo: las más resistentes al deterioro del ecosistema son también las más peligrosas. Y hay más casos similares, a partir de los cuales los científicos han aventurado la siguiente hipótesis: "Los rasgos que hacen a un huésped resistente a la pérdida de biodiversidad podrían también hacerlo más susceptible a la infección y transmisión de patógenos".

Los propios investigadores reconocen que se trata de un problema "sin resolver", pues no se conocen las causas por las que esto ocurre. Curiosamente, parece que sucede también en el interior de los propios organismos. Cuanto mayor es la variedad de especies microbianas que habitan un cuerpo, menos posibilidades tiene de contraer infecciones, según han reflejado algunos estudios.

Uno de ellos, citado por Kessing y sus colegas, mostraba que los niños dados a contraer infecciones en el oído sufrían menos contagios después de que les inocularan cinco cepas de estreptococo. Paralelamente, al reducir la diversidad microbiana se incrementaba el riesgo de enfermar de nuevo. Este y otros casos parecen reflejar el mismo patrón que Kessing y sus colegas han identificado para la pérdida de biodiversidad, aunque su informe concluye admitiendo que "queda mucho por aprender".

En todo caso, la posible asociación entre la pérdida de especies y el aumento de las infecciones es un motivo más para "incrementar con urgencia los esfuerzos locales, regionales y globales para preservar los ecosistemas y la biodiversidad que contienen".

Autor: Ángel Díaz

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Puesta en marcha de una instalación pionera para el reciclado de residuos agrícolas

El sistema, único en el mundo, permite la conversión de los residuos del sector cítrico en productos de uso industrial con un alto valor añadido.

FUENTE | Spain Technology 30/11/2010

La empresa Citrotecno ha puesto en marcha en Silla (Valencia) una planta para el reciclado de residuos procedentes de explotaciones citrícolas de la Comunidad Valenciana y Murcia.

La "planta para el tratamiento integral y valorización de productos cítricos" es pionera en el mundo en este cometido y, tras haber culminado exitosamente un periodo de pruebas de un año, procesará durante la campaña agrícola recién iniciada, entre 120.000 y 150.000 toneladas de residuos cítricos que se convertirán en bioetanol, aceites esenciales, pienso para ganado, agua purificada y agua para riego.

El desarrollo tecnológico de este sistema ha corrido a cargo de los profesores José Luis Gómez y Pedro Fito, de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y del Medio Natural (ETSIAMN) e investigadores del Instituto Universitario de Ingeniería de Alimentos para el Desarrollo, adscrito a la Universidad Politécnica de Valencia (UPV).

Según Gómez: "Gracias a la tecnología que hemos diseñado y que ahora comienza su primera campaña, no solo van a eliminarse esos residuos altamente contaminantes, sino que se van a convertir en productos que serán vendidos a otras industrias, con lo que además de cuidar el medio ambiente, se genera riqueza".

Otros países han mostrado ya su interés por esta tecnología española. Es el caso de Colombia, que ha iniciado conversaciones con los responsables del proyecto para desarrollar una planta basada en el mismo principio, para el reciclado de cítricos, cebada y café, o el de Costa Rica, sobre cultivos autóctonos como la piña y el banano.